Este 20 de noviembre se publicó en español el libro del economista francés Thomas Piketty, el cual se ha convertido en el fenómeno editorial del año. Es muy raro que un libro de economía alcance el primer lugar de ventas en los Estados Unidos, pero poco sorprende el éxito de un texto que aborda la tan actual discusión sobre la inequidad económica.
Desde el título Piketty busca la provocación, pues con “El Capital en el Siglo XXI” aspira a convertirse en un economista que eventualmente sea tan relevante como Marx lo fue durante el siglo XX.
La tesis general de Piketty estipula que la acumulación de riqueza está creciendo más rápido que el total de la economía, por lo que con el tiempo, los ricos se vuelven aún más ricos y el resto de la población queda más lejos de tener un nivel de vida similar o cercano al de quienes más tienen.
De acuerdo a Piketty, este mecanismo de aumento de la inequidad es una “ley” ineludible del capitalismo y sólo se puede esperar que sus efectos sean aún más graves, a menos que todos los Estados del mundo intervengan de manera coordinada imponiendo un impuesto global a la riqueza (algo que el mismo Piketty reconoce como poco viable).
Un elemento central en la “ley” expuesta por Piketty es la idea de que una tasa de crecimiento normal de la economía no puede ser superior a un 1.5% anual. Piketty dedica bastantes páginas para defender la idea de que un crecimiento económico superior a un 1.5% anual es una severa anomalía en la historia económica.
Y es este argumento el que encuentro más criticable en las ideas de Piketty, ¿realmente la economía está condenada a crecer a tasas bajas (menores al 1.5%) que no contribuirían a mejorar el nivel de vida de la mayoría de la población?, ¿queda descartado que el desarrollo y adopción en nuevas tecnologías generen continuos incrementos en la productividad como ha ocurrido de forma más o menos constante desde la Primera Revolución Industrial?
Piketty está convencido que no hay nada en el mundo contemporáneo, empezando por las tecnologías de la información, capaz de impulsar a la economía a crecer a más de un mediocre 1.5% anual y ofrece como sustento los argumentos del economista Bob Gordon quien declaró en 2012 que la época de los grandes efectos en la productividad de las innovaciones tecnológicas industriales “terminó en los años setenta y no volverá otra vez”[1].
Lo que al argumento de Gordon pueda faltarle en calidad, podemos compensarlo por la cantidad de dichos de otros economistas de alto perfil que, aún sin ser citados por Piketty, opinan en el mismos sentido: por ejemplo Robert Solow, especialista en crecimiento económico y Premio Nobel de Economia en 1987[2] famosamente declaró que “las computadoras pueden encontrarse en todos lados excepto en las estadísticas de productividad”[3] o Paul Krugman, otro Premio Nobel de Economía (2008)[4] que en 1998 declaró que “más o menos en 2005 quedaría claro que el impacto de la Internet en la economía no sería más grande que el de la máquina de fax” [5] [6]
Si bien Piketty está en lo cierto cuando afirma que el crecimiento histórico de la economía global en muy pocas ocasiones ha sido superior anual al 1.5%, resulta un ejercicio ocioso comparar la productividad económica de la edad de piedra o cualquier etapa previa al año 1750, con las etapas de alto crecimiento posteriores a la primera Revolución Industrial.
Lo que Piketty y otros tecnoescépticos pierden de vista es que la adopción generalizada de nuevas tecnologías permite que éstas se aprovechen de formas innovadoras que generen aún más nuevas tecnologías y mayor productividad. Tenemos tractores porque primero tuvimos motores de combustión interna porque primero tuvimos motores a vapor. Contar con más tecnologías nos permite que sea mucho más fácil generar innovaciones (no menos) en lo que se conoce como innovación combinatoria.
Y si algo caracteriza particularmente a las tecnologías de la información es constituir el caso más extremo de posibilidades de innovación combinatoria que ha conocido la humanidad. Hoy tenemos Netflix y Spotify en cualquier lugar porque primero tuvimos smartphones, porque primero tuvimos comunicaciones de banda ancha móviles y antes que todo ello tuvimos microprocesadores, teléfonos móviles y muchas otras innovaciones que resultaron en el poder que hoy tenemos de disfrutar el entretenimiento que deseemos donde lo deseemos.
Piketty recuerda que durante el s. xx los ciudadanos de países desarrollados mejoraron su poder de compra y estándar de vida al contar con nuevas opciones de consumo en bienes manufacturados que previamente no existían (automóviles, electrodomésticos, etc.), pero él y otros tecnoescépticos no encuentran en la posibilidad de que nuevos servicios digitales sean capaz de ampliar la frontera de producción de la economía, ofrecer nuevas opciones de consumo y finalmente mayor crecimiento económico.
Seguramente Piketty notaría que todas las suscripciones de 3G-4G y a servicios como Netflix o Spotify no representan actividad económica suficiente como para ser considerados motores del crecimiento económico y tiene razón. Donde Piketty muestra una carencia de. visión es en identificar como las mismas tecnologías que hoy han multiplicado nuestras opciones de entretenimiento, apenas comienzan a transformar la forma como recibimos servicios de salud, de educación y cómo nos relacionamos con el gobierno.
Por otro lado, no tenemos que perder de vista cuán inmaduras aún son las Tecnologías de la Información, en el sentido de que lejos de ser tecnologías “terminadas” éstas aún se encuentran en una continua transformación. Hoy el cómputo móvil habilitado por servicios en la nube es aún una novedad que no está difundida de manera generalizada y que poco tiene que ver al cómputo centralizado de las grandes computadoras de los años setenta, sin embargo ambas tecnologías para un analista miope solo son “Tecnologías de la Información” sin diferencia entre sí.
Faltan años aún para que las tecnologías de la información converjan a una mayor estandarización y difusión de forma que su impacto a la economía sea patente. Una tecnología que hoy pareciera tan relativamente simple como el tractor, tardó más de 50 años de estar ampliamente disponible en los Estados Unidos y sólo fue hasta entonces cuando su impacto pudo comenzar a ser medido en la economía[7]. Piketty y otros tecnoescépticos aún no han experimentado las múltiples sorpresas que las tecnologías de la información deparan al crecimiento económico.
[1] http://www.nber.org/papers/w18315.pdf
[2] http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/1987/solow-bio.html
[3] http://en.wikipedia.org/wiki/Robert_Solow#Quotations
[4] http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/2008/krugman-facts.html
[5] Krugman posteriormente se retractaría del dicho – http://www.businessinsider.com/paul-krugman-bitcoin-2013-12
[6] http://web.archive.org/web/19980610100009/www.redherring.com/mag/issue55/economics.html
[7] http://conversableeconomist.blogspot.mx/2014/04/when-technology-spreads-slowly.html