The Economist ha sido un ferviente defensor de la telefonía móvil como la forma más adecuada de aprovechar la tecnología en beneficio de regiones marcadas por la pobreza. Una de sus portadas más memorables está dedicada al tema, con el correspondiente análisis que titulaba:
“The real digital divide
Encouraging the spread of mobile phones is the most sensible and effective response to the digital divide”
Seguramente fue en función de ello que Robert Jensen eligió ese medio para adelantar los resultados de su más reciente estudio, donde relata la correlación entre la adopción masiva de telefónos celulares y la eficiencia del mercado de pescados en una región del sur de la India.
Al poder llamar a los mercados de poblaciones vecinas luego de lograr la pesca del día, los pescadores tienen la posibilidad de saber de antemano la demanda y los precios de cada mercado donde pueden vender su pescado. De otra forma “se la tienen que jugar”, esperando que al viajar a la población que escojan haya un precio aceptable para el mismo o, en el menos malo de los casos, que al menos exista demanda suficiente que no los obligue a desechar su pesca (una vez hecho el viaje y dado lo rudimentario de sus embarcaciones, no es realista esperar poder viajar a otra ciudad sin que el pescado se pudra).
El estudio demuestra que existe una correlación entre la adopción de teléfonos celulares entre los pescadores y un incremento de sus utilidades de un 8%. Además el precio promedio del pescado bajó un 4%.
Ya en un documento anterior, Jensen defendía que la tecnología, en general, permitía la fácil diseminación de una información esencial para orientar la actividad económica: los precios, esencial mecanismo de coordinación que da incentivos para que los productores enfoquen su actividad sólo en aquello que los consumidores realmente están dispuestos a adquirir.
Por otro lado, la lección para el caso general debiera ser que la infraestructura que logró tales eficiencias en el caso de la India se debe completamente a la inversión privada a través de un modelo de negocios autosustentable. En función de ello, es risible que los esfuerzos de Latinoamérica insistan en abatir los efectos de la pobreza subsidiando programas para el desarollo de Internet. Simplemente es un modelo inadecuado que promueve la tecnología incorrecta.
Basta ver las declaraciones del promotor del NAP Caribe en la República Dominicana. Si en general, subsidiar infraestructura de Internet es una forma poco creativa de tirar dinero a la basura, el caso particular de los NAPs es aún más desastroso (en este working paper doy mis razones para el caso Mexicano).
Cualquier cantidad que el gobierno de Dominicana dedique a financiar el NAP (se sabe que se invertirán $40M de USD y que la empresa operadora ganó un contrato del que ningún medio reporta detalles) habrá sido un desperdicio por estas simples razones:
- El NAP no va a lograr nada para los Dominicanos que no cuentan con ingresos para comprar una computadora o no tienen acceso a infraestructura de acceso de última milla a Internet.
- Lo más probable es que el problema de Dominicana sean altos costos de tránsito hacia Estados Unidos y el NAP no va a ofrecer nada en términos de disminuirlos.
- Se argumenta que ésto generará más divisas para Dominicana al convertirlo en el “hub” de acceso para otros países en la región. Si éste es el caso y el NAP es exitoso en ello (que sí puede serlo), ¿qué necesidad había de financiar la inversión con fondos públicos?